El profesor de filosofía Víctor Bermúdez, publica hoy en el Periódico de Extremadura, un artículo sobre lo que puede ser eso de "tomarse las cosas con filosofía" que quizás, estos días, alguno que otro os lo habrá dicho. Vamos a ver que nos cuenta Víctor Bermúdez
Cada vez que me preguntan por «lo que dice la filosofía» con
respecto a todo lo que está pasando, me hago el sueco. Ahora no es el momento
–digo–. Y es verdad: la filosofía es pura impertinencia; más aún en momentos en
que todo se rebaja a salvar la bolsa y/o la vida. Supongo, de otro lado, que
los que me preguntan esperan frases motivadoras con aire profundas o poéticas,
como las que se comparten en las redes junto a una puesta de sol o cosas así. Y
eso sí que no. ¿O sí? Tomaremos por el camino de en medio. Expondremos con
cinco impertinencias (básicas) en qué consiste eso que la gente llama «tomarse
las cosas con filosofía». Ahí van.
(1) La realidad nunca es lo que
parece. Apague un momento la TV y pregúntese hasta qué punto, en el mundo
inmediato que pisa, está la muerte asolando el planeta. La verdad: no mucho más
que de costumbre. Por tanto, relájese. No quiero decir que se olvide de las UCI
colapsadas (o los recortes en sanidad), ni de los ancianos muertos (o de lo
solos que mueren y viven); solo que repare en que la pandemia, el
confinamiento, sus efectos económicos y el correspondiente y sobreactuado
despliegue informativo, no son toda la realidad. Está también usted, que es un
mundo, ¿no? Y el otro, el de fuera, que sigue girando –a saber por qué ni para
qué–. Si es usted de la clase de ciego que necesita ver para creer, medite un
rato frente al espejo y, luego, contemple igual de ensimismado el firmamento.
Verá como todo le parece distinto. O, al menos, más pequeño.
(2) Vamos a morir todos. A usted y a
mí nos quedan unos años de vida (muchos, pocos, no vamos a entrar en detalles).
Todos los días, con pandemia o sin ella, mueren cientos de miles de personas.
En todas las culturas se trata con la muerte a través de prevenciones rituales,
tabúes, interpretaciones religiosas; pero en ninguna se la niega o esconde. En
la nuestra –en la que ya solo envejecer parece un fracaso– el mercado, con su
elixir tecnocientífico, nos ha vendido la quimera (solo para humanos premium)
de una vida indefinidamente larga y bien surtida. Por eso la muerte nos deja
más patitiesos de lo normal. ¿Cómo es posible que la gente muera así aquí? Pues
ya ve: sin entrar en detalles, como en todos lados.
(3) No se crea nada. Al menos, nada
que no entienda. Es tentador dejarse llevar por todo tipo de expertos,
periodistas, famosos, filósofos y blogueros iluminados. Nada. No haga caso.
Tampoco de los políticos (esto es más fácil: repiten frases ensayadas, como en
el teatro). Menos aún de los científicos (más allá del microscópico campo de su
ciencia no saben de lo que hablan). Manténgase despierto y haga el esfuerzo de
entender por sí mismo. Piense que si no piensa acabará por acabar aplaudiendo
al primer salvapatrias que cambie la mascarilla por la jeta.
(4) Haga de la necesidad virtud. No
hay teoría ética que no concuerde de algún modo con este aserto popular. La
inteligencia humana es capaz de vislumbrar algo valioso casi en cualquier
circunstancia. Aprovéchela, pues, para hacerse –en ese orden– más sabio, bueno
y hermoso; al fin, con algo tendrá que compensar lo pobre que va (a volver) a
ser. Ah, y ríase de todo. Se lo merece.
(5) No sea ingenuo: el Reino no va a
advenir por un virus. Lo que se expande por el mundo es un virus nuevo, no una
nueva idea. Y aunque –faltaría más– la culpa de todo la tiene el capitalismo,
la mayoría seguirá pensando que la vida no merece la pena sin (soñar con)
conducir un Lamborghini y tutear al director de su banco. Habrá cambios, desde
luego, pero para que todo siga más igual (más endeudamiento, más precarización,
más privatización, más demagogia nacionalista, más control de la población...).
Habrá nuevos ricos (en Oriente) y pobres (en Occidente) –en el sur la miseria
se mantendrá estable– y, probablemente, algún nuevo organismo internacional de
relumbrón. Y usted seguirá leyendo artículos como este –o mejores y
verdaderamente revolucionarios– gracias a las empresas que «generosamente» permiten
crearlos y difundirlos en red.
(6) Ahora, tras estas cinco
espantosas vulgaridades, pensemos en algo serio y realmente impertinente. O
quedémonos callados.
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